Para conocer qué factores limitan el desarrollo de una cultura evaluativa, es necesario primero referirnos al concepto de cultura evaluativa. Sin el afán de aportar una nueva definición del concepto, me permito señalar que cultura evaluativa es el conjunto de procedimientos, concepciones, herramientas, actitudes, etc., que se relacionan directa o indirectamente con la evaluación. Son las relaciones que se generan o construimos, de forma individual y colectiva, con la evaluación. Al respecto, Erika Himmel (s.f.), Master of Arts en Medición y Evaluación en Psicología y Educación de la Universidad de Columbia, señala cuatro factores que facilitan o limitan el desarrollo de una cultura evaluativa, siendo estos los siguientes:
a) La tradición en evaluación del país: Mientras mayor sea la cantidad de tiempo que la evaluación haya estado en contacto con la población, mayor posibilidad de generar relaciones con ésta.
b) Las políticas educacionales: Si una política educacional involucra e incluye dentro de sí misma a la evaluación, entonces hay mayor posibilidad de que la evaluación ocurra y de generar relaciones con ella.
c) La legislación o normativa: Si se norma la evaluación, existen mayores posibilidades de caracterizarla, sistematizarla y, por ejemplo, legitimarla ante la sociedad.
d) Las estrategias y formas de comunicación de resultados: la evaluación genera, entre otras cosas, información y mientras mejor y más oportuna sea ésta, mejor el contacto de la sociedad con la evaluación.
A los factores señalados anteriormente me gustaría agregar algunos que si bien pueden parecer menos importantes que los señalados anteriormente, resultan fundamentales, a mi parecer, a la hora de hablar sobre cultura evaluativa y evaluación, siendo éstos los siguientes:
e) Concepto de evaluación: Ampliar progresivamente el concepto de evaluación permite que la evaluación se inserte con mayor frecuencia en la vida cotidiana, sobre todos en aquella de los inmersos en el sistema educativo. Si poseemos un concepto limitado que no abarque distintas áreas, entonces veremos mermadas nuestras oportunidades de contactarnos con ella y encontrarla presente de manera más frecuente.
f) Reticencia al cambio: La evaluación busca, como una de sus finalidades principales, la mejora de un sistema y para producir una mejora es necesario introducir cambios. Mientras mayor sea el rechazo a los cambios introducidos por la evaluación, menores serán las oportunidades de contacto con ésta o con sus consecuencias. Si los cambios o mejoran no se realizan, entonces la finalidad de la evaluación se pierde y por ende su importancia y utilidad no resulta observable.
g) Desconfianza: Hablamos de evaluación y tememos. Ni mencionar lo que ocurre cuando se habla de evaluación docente o evaluación de la gestión escolar (entre otras evaluaciones). ¿Evaluar implica hacer rodar cabezas? No importa cuánto sepamos en teoría sobre la evaluación, o si ésta es parte de una política educacional suprema, si manejamos amplios conceptos al referirnos a ella, o si los resultados de la medición SIMCE se publican en el periódico. La evaluación no puede ser un tema tabú. Si ya se conoce tanto sobre la evaluación, ¿por qué no nos atrevemos a vivirla?
a) La tradición en evaluación del país: Mientras mayor sea la cantidad de tiempo que la evaluación haya estado en contacto con la población, mayor posibilidad de generar relaciones con ésta.
b) Las políticas educacionales: Si una política educacional involucra e incluye dentro de sí misma a la evaluación, entonces hay mayor posibilidad de que la evaluación ocurra y de generar relaciones con ella.
c) La legislación o normativa: Si se norma la evaluación, existen mayores posibilidades de caracterizarla, sistematizarla y, por ejemplo, legitimarla ante la sociedad.
d) Las estrategias y formas de comunicación de resultados: la evaluación genera, entre otras cosas, información y mientras mejor y más oportuna sea ésta, mejor el contacto de la sociedad con la evaluación.
A los factores señalados anteriormente me gustaría agregar algunos que si bien pueden parecer menos importantes que los señalados anteriormente, resultan fundamentales, a mi parecer, a la hora de hablar sobre cultura evaluativa y evaluación, siendo éstos los siguientes:
e) Concepto de evaluación: Ampliar progresivamente el concepto de evaluación permite que la evaluación se inserte con mayor frecuencia en la vida cotidiana, sobre todos en aquella de los inmersos en el sistema educativo. Si poseemos un concepto limitado que no abarque distintas áreas, entonces veremos mermadas nuestras oportunidades de contactarnos con ella y encontrarla presente de manera más frecuente.
f) Reticencia al cambio: La evaluación busca, como una de sus finalidades principales, la mejora de un sistema y para producir una mejora es necesario introducir cambios. Mientras mayor sea el rechazo a los cambios introducidos por la evaluación, menores serán las oportunidades de contacto con ésta o con sus consecuencias. Si los cambios o mejoran no se realizan, entonces la finalidad de la evaluación se pierde y por ende su importancia y utilidad no resulta observable.
g) Desconfianza: Hablamos de evaluación y tememos. Ni mencionar lo que ocurre cuando se habla de evaluación docente o evaluación de la gestión escolar (entre otras evaluaciones). ¿Evaluar implica hacer rodar cabezas? No importa cuánto sepamos en teoría sobre la evaluación, o si ésta es parte de una política educacional suprema, si manejamos amplios conceptos al referirnos a ella, o si los resultados de la medición SIMCE se publican en el periódico. La evaluación no puede ser un tema tabú. Si ya se conoce tanto sobre la evaluación, ¿por qué no nos atrevemos a vivirla?
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Himmel, E. (s.f.). Hacia una cultura de evaluación educacional. [Documento PDF]. Extraído el día 30 de Abril de 2008 desde http://www.ifie.edu.mx/Erika%20Himmel.htm
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